Hoy por hoy leer Fuguet es también sinónimo de salir del closet. Como si por ser un hombre heterosexual estuviera prohibido leer autores gay, o peor, derechamente mujeres. ¿Porque no pasa lo mismo con Lemebel? Si voy leyendo a Lemebel en el metro es muy probable que no gane ninguna mirada acusadora, pero tampoco me voy a ganar miradas cómplices o coquetas. Si voy leyendo “Sudor” de cada 10 miradas que me llevo 5 son de vergüenza ajena, 2 de asco, 2 de rabia y la restante es una mirada coquetona y, seamos honestos, ego es ego. No me importa de quien viene la mirada. Yo sé quién soy, y el ego igual sube como la espuma.
Primer encuentro.
Abril 1993.
Corrían los primeros
meses de 1993. Partía mi aventura en la enseñanza media en el primero “B” del colegio Exclesior de Santiago (siempre fui en el Excelsior
así que no es la gran cosa). Los dos años anteriores me los había pasado
tratando de cambiar, mejor dicho de esconder, mi apariencia Nerd. Fracase.
Estaba totalmente
decidido a que mi paso por la enseñanza media fuera más cercano a Zack Morris
que a Screech los personajes de Saved by the bell. Sin pensarlo me convertí en
otra cosa, como diría Cantinflas no fui "ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario".
Me
transforme en un animal de biblioteca. Pasaba la mayor parte de mi tiempo
leyendo, durmiendo, soñando, escondiéndome de las clases de educación física, realmente escondiéndome de todo.
Fue en ese contexto
y casualmente que leí a Fuguet por primera vez.
Antes de
ese punto solo había leído la lectura obligatoria, Papelucho, muchos comic y
todo, o casi todo, Julio Verne. También llevaba un tiempo leyendo diariamente
La Tercera y Las ultimas noticias (muy distintas a lo que son hoy) y en
especial y con una devoción que rayaba en lo religioso, un suplemento que salía
los viernes en el Mercurio; La zona de contacto.
Alejandro
Lira. Profesor de historia devenido en bibliotecario me recomendó que leyera
una antología de cuentos que estaba recién llegada. Su titulo Cuentos con Walkman.
Uno de los
antólogos era un tal Alejandro Fuguet. Los cuentos estaban sacados de la Zona
de contacto y muchos de los que firmaban eran participantes de los talleres literarios que
el suplemento realizo.
Éxtasis.
En tres
días ya había leído cuentos… y cargaba en mi mochila la novela “Mala Onda” y otro libro de cuentos de Fuguet, “Sobredosis”.
Uno de los
mejores personajes de Mala Onda, es el “gran Alejandro Paz de Chile”. ¿Porqué creo que es uno de los mejores? Bueno uno de mis mejores amigos de ese entonces
y hasta el día de hoy es Eugenio Ariel Paz y, como es lógico, para mí se transformó
casi inmediatamente en el “Gran Ariel Paz de Chile”.
Lo de sobredosis es tragicómico. Hace una año más
o menos en un posteo en Facebook en el que recordaba los noventas y a Fuguet, un
ex compañero de la enseñanza media, que hoy alcanza el éxito como profesor
titular de letras en la PUC, comento
que fue acusado del robo de una de las copias de Sobredosis de la Biblioteca del Excelsior. Lo confesé ese día y lo
vuelvo hacer hoy. Yo tengo dicha copia. Se la preste a mi hija mayor. La leyó. No pienso devolverla.
La multa debe ser muy alta.
Segundo
encuentro.
1996 o 97. No
recuerdo el mes.
Ya no tenía
acceso a la biblioteca del escolar. Había leído toda la obra de Fuguet, que
para ese entonces no era muy amplia. Me vi obligado a comprar “Tinta Roja” fue el primer libro que
compre con mi propio dinero.
Solo recuerdo
que era otoño pero hacia un frío de invierno. Fuguet iría a firmar su obra a Maipú
(es posible). El lugar elegido no era la Biblioteca municipal, algún colegio, o la casa de la cultura. No. Las firmas las iba hacer en el Blockbuster de
pajaritos ( hoy me parece tan obvio). Paradero 21 y medio a dos cuadras de la plaza, la pileta y su árbol
de más de 200 años.
Llegue
antes porque pensé que él podía llegar temprano. La verdad es que llegue adelantado
porque justo a la hora que Fuguet iba a estar firmando me tenía que juntar con Carla (Algunos nombres han sido cambiado para proteger la identidad de los verdaderos protagonistas), quien por aquel entonces era el objeto de todos mis afectos.
Le deje
mi copia de Tinta roja a la jefa de
local del Blockbuster, la que por cierto pude haber convertido también el objeto de mi afecto. Al día siguiente fui a buscar mi libro firmado.
Nunca voy a
saber si Fuguet firmo ese libro, o si lo hizo algún jovencito de no más de
veinte años que creía que por trabajar en un vídeo club terminaría convertido
en productor, director o guionista de sus propias películas. ¿Dónde leí algo así?
Ahora, si
Fuguet realmente firmo ese libro, nunca sabré como fue nuestro encuentro. Le habré
dicho – hola he leído todo lo que has
escrito- o me quede mudo sin decir palabra. Quizá le hubiese pasado una
hoja con uno de los cuentos que por ese entonces escribía (cuentos que eran tan
o más malos que las miserables entradas de este blog tardío) él lo hubiese
leído. Se hubiese enamorado de mi inocencia y mi look que por ese entonces era
“Britpop” pero de la clase más obrera de Manchester. Yo no lo hubiese
correspondido, y me odiaría y ahora yo sería Renzo. Quizás me hubiese mirado
asqueado y yo habría pensado "que se cree este roto tirado a cuico" y nunca más hubiese leído un
libro suyo y mucho menos visto una de sus películas. Bueno no lo sé. Solo sé, que no sé, si la firma en mi copia de Tinta
Roja es suya. Nunca lo voy a saber. Perdí dicha copia.
Decepción
1.
Año 2001.
Estudiaba
periodismo en la Academia de Humanismo cristiano. Lo voy hacer fácil. El solo
decir Fuguet era igual al destierro. Odio, envidia, que se yo. Por un año,
mismo año que duro mi aventura en esa carrera y universidad, lo borre
totalmente de mis autores (que no eran muchos), mis recuerdos, de todo. Más adelante
me di cuenta que era así en casi todos lados. El intelectual lo detesta. El red
set lo encuentra cuico. La crítica lo acusa de banal, agringado, vendido, falso y mucho más.
La verdad
es que es probable que Fuguet sea todo eso y más. Pero una cosa no es; No es
engrupido, y no existe nada peor que un autor que crea que su obra es más
importante que la vida misma y que con su prosa va cambiar la literatura, el
arte, el mundo, todo.
Decepción 2.
Deje claro
que leer Fuguet era el exilio en las universidades privadas de izquierda (si, así como lo lee. Exilio, universidades privadas e izquierda en la misma frase) ademas es acusarse de ligth, poco culto, banal. Hoy por hoy leer Fuguet
es también sinónimo de salir del closet. Como si por ser un hombre heterosexual
estuviera prohibido leer autores gay, o peor, derechamente mujeres. ¿Porque no
pasa lo mismo con Lemebel? Si voy leyendo a Lemebel en el metro es muy probable
que no gane ninguna mirada acusadora, pero tampoco me voy a ganar miradas cómplices
o coquetas. Si voy leyendo “Sudor” de cada 10 miradas que me llevo 5 son de
vergüenza ajena, 2 de asco, 2 de rabia y la restante es una mirada coquetona y, seamos honestos, ego es ego. No me importa de quien viene la mirada. Yo sé quién
soy y el ego igual sube como la espuma.
Descubrí esto
en una micro enana en el litoral central hace como 15 años. Con mi grupo de
amigos de aquel entonces nos fuimos a Loncura a filmar un corto. Loncura es una
playa asquerosa y, filmar un corto, es una frese demasiado pretenciosa.
Le robaba unas pulseras de Acrílico muy retro
para esos días a mi amiga Andy (si. Es Andy como amigo, pero es amiga) se las
quitaba me las ponía y le decía casi gritando que una lesbiana no podía usar
pulseras tan bonitas. La Andy no es lesbiana y yo no soy gay, pero las miradas
que nos ganábamos con eso juegos ridículos llenaban el ego de atención.
Tengo
amigos que se sienten asqueados si un hombre los mira mucho. Yo no. Si alguien
me ve porque me encuentra lindo, bello, atractivo deseable o incluso feo,
asqueroso, cerdo, infumable, no es que no me importe, pero claramente no va
cambiar la percepción que yo tengo sobre mi persona. Y no me vengan con
cuentos. Es rico sentirse deseado, admirado, valorado. Te da una sensación de
poder.
Ya. Pero
estoy divagando y desviándome mucho del título de la entrada.
Leer a Fuguet
es para la gran mayoría, dárselas de culto cuando solo estás leyendo cultura
pop y basura (existe algo más importante que la cultura pop). En otras palabras
leer a Fuguet es ser engrupido. La único de la que yo lo absuelvo.
La cosa es
que yo si me engrupí. Después de Missing
(una investigación) no lo leí más. Estudiaba Bibliotecología. Como va ser
posible que un culto bibliotecario lea a Fuguet. La lapida la puso Aeropuertos.
No pude pasar de la página 12.
El imperio
contraataca.
En mi último
semestre de técnico en bibliotecología (dejémoslo claro para que no salte el
colegio de bibliotecarios) en la cátedra de literatura teníamos que hacer un
ensayo y una exposición de algún autor iberoamericano. Trabajo grupal. Antes
que me lo pregunten debo decir que este tipos de trabajos son los que se hacen
hoy en la educación superior en Chile y claramente eso explica muchas cosas.
Propuse Fuguet.
Antes que terminara de decir Alberto ya mis compañeritos lo habían desechado.
Mi profesora era una veinteañera hipster artesa recién titulada de Literatura
de la Chile. Busque en ella el apoyo para enfrentar a mis compañeros pero la
humillación fue peor.
Mientras
todo el grupo curso preparaba material del Vargas Llosa, Sabato, García Lorca,
Rulfo etc. Autores notables por si mismos, para que seguir hablando de ellos.
Yo preparaba mi contraataque. Les preste a mis compañeros, de mi colección
personal, un par de libros de un tal Ray Loriga, autor que mi súper profesora
de literatura ignoraba.
En fin. En
este lado del mundo es casi imposible no hablar de Loriga y terminar hablando de
Fuguet. Fue la exposición más discutida. Por el desconocimiento de Loriga, por
lo prejuicios de la Mayoría, por un compañerito que comparo a Loriga y Fuguet
con la generación Beat pero rasca (así lo definió el) hablamos de cine, cultura
pop, realismo mágico, Andrés Caicedo, escritores malditos y malditos escritores, suicidio, vida, y muchas
otras cosas, tantas que puede ser que invente la mitad solo porque deseaba que
fuera así.
Redención.
Mayo 2016.
Como cada
medio día al llegar a mi puesto de trabajo como asistente en la Biblioteca del
campus San Joaquín de la PUC, abrí mi correo institucional. Mi reserva de “Sudor” de Alberto Fuguet ya había
llegado.
Bajé al mesón
de préstamo y se lo pedí a mi colega Alondra.
Alondra es una chica divertida pero algo
extraña. Sabe de todo un poco, pero a la vez no sabe mucho de ninguna cosas.
Una vez me buscaba urgente, por toda la biblioteca y el campus, para preguntarme si Star wars se dividía por capítulos,
volumen o episodios. Hoy cuando me presto el libro tuvimos una pequeña
conversación:
-Tienes dos
préstamos vencidos…
-Sorry Alondra. Cambiales la fecha y préstame el libro.
-¿Y qué
pediste?
- ….
-Así que
Fuguet.
-Si. Es que
– mi cara se descompuso y me entraron todas las excusas que inventen en la Academia de humanismo cristiano para justificar que leía a Fuguet-
quería leer algo livian…
-Tranquilo.
No tienes que explicarme nada. Eres un chico noventero.
- ….
-Yo también
lo soy.
-¿un chico
o noventero? – Mi sentido del humor ridículo y torpe- te estoy leseando.
-Jajajajaja
noventera po. ¿Supongo que leías la Zona?
-¿De
contacto? Por supuesto. Todavía tengo algunas guardadas entre mis recuerdos.
-Mi mamá me
las boto todas. Buenos recuerdos de Fuguet. Después me cuentas como es.
-Te lo
aseguro. Chica noventera.
Me despedí
y Salí con la sensación de que no estaba del todo solo. Que en los extraños o
aburridos años noventa, muchos sentimos que un tipo que de seguro no quería ser
la voz de una generación se había convertido en el idioma de la misma.
Es verdad
que para muchos Fuguet es un autor menor. Acusado de escribir siempre lo mismo.
De repetir una y otra vez la vida de Matías Vicuña. De ser un eterno
adolescente.
Cuando bordeas
los 40 te comienzas a sentir chato, vacío, incompleto. Un día quieres dejarlo
todo; al rato quieres permanecer inmóvil, estático, quieto, por siempre. Sientes
que vas a explotar. EL trabajo, deudas, hijos, responsabilidades, enfermedades
etc. Estas cansado. Vas a colapsar. Te sube la presión, engordas, ya no te
queda la ropa que amas. Cambias Zara por el líder y te compras parcas North
face “alternativas” (eufemismo de pirata) en el persa.
Pero como para todo en la vida existen dos caminos. Puedes huir y dejar todo atrás con todo lo
que ese acarrea y puede o no llegar a doler. O puedes buscar válvulas de escape.
Por eso una
lee, va al cine, ve series, se subscribe a netflix, te compras ropa, sales a
caminar solo por el centro, Providencia, Lastarria. Vas al GAM, al centro
cultural palacio de la Moneda. Te
sientes un poco niño, adolescente, con ganas otra vez. Son válvulas, mis válvulas de escape, y aunque si leyera esto lo odiaría,
Fuguet es una de mis más queridas escapatorias.
Me conecta con la adolescencia, el colegio,
los amigos. Con Paz, Opazo la Andy y muchos mas. Me saca. Me borra. Me evade. Funciona como
una droga, es más, ahora que se me acabo el antidepresivo, “sudor” lo ha
reemplazado muy bien.
¿Es tonto
todo esto? Si. ¿Ridículo? Claramente. ¿Mediocre? Porque no.
Es mi
problema. Mi manera. Algunos son infieles, tiran unos con otros y otras, fuman hierba, hacen running, etc. Yo leo Fuguet. Puede ser tonto, pero es lo que es. Fue mi
adolescencia, mis fracasos y mi adultez. Ustedes pueden seguir sintiéndose más
cultos. Mejores. Por mi parte yo seré feliz leyendo como que tengo 15 años.
Ayer me llego un nuevo correo. La copia de "sudor" ha sido reservada por otro usuario. Tengo hasta el seis de junio. ¿sera otro noventero?