lunes, 9 de mayo de 2016

Metro

Hace unos días se perdió un avión en el atlántico. Sigue hay, quizá no.  
Hoy por la radio oí la historia de un tipo que no tomo el vuelo por que cambio sus boletos. Que maldita suerte. Pasar el resto de la vida sin saber si eres el merecedor de un regalo divino, o si por el contrario, Dios no te quiere cerca de él. Si algún día se cae el avión que debo tomar, lógicamente, no lo quiero perder.
El metro es uno de mis lugares favoritos. Desde niño he pasado días enteros hablando con los ojos. Es extraño, son un poco mas de las cinco de la tarde y el carro al que me subo esta prácticamente vacío.
Hay un tipo realmente feo en el vagón.  Seguro que gana más que yo. Solo hay cuatro personas sentadas, el prefiere permanecer de pie. Tiene aspecto de abogado. Viste un traje gris, listado y una corbata amarilla, Italiana, enorme. El nudo es tan grande que inmediatamente sobre este se ve su rostro. No existe la sombra de un cuello. Sus labios son como los de esos basquetbolistas de la NBA que aparecen de la nada en medio de la selva. Lleva el pelo corto, con una cresta, como los futbolista aspiracionales de hoy en día, y en su cara una cicatriz igual a la del Francés Ribery. En el fondo todos los hombres tenemos algo de futbolistas. Unos las mujeres, otros la facha y la plata, los menos el talento escondido bajo una enorme barriga.
Una chica muy hermosa se para frente a mi campo visual. El feo le da una mirada muy rápida y una expresión de dolor deforma a un mas su rostro. Hay mucha pena en sus ojos, esa que solo se ve en los ojos de los que han perdido.
Se abren las puertas. La chica desciende del vagón. El feo se sienta junto a mí. Sabe que lo he visto. Me saluda como si nos conociéramos. Me desencajo. Le pregunto la hora.
Definitivamente es abogado. Su reloj cuesta mas de lo que ganare en un año.
Son poco antes de las seis. No importa dentro del un carro del metro siempre es medio día.


No hay comentarios:

Publicar un comentario